En Colombia, por allá por la época en que la industria empezaba a desarrollarse al compás de la carroza fúnebre del siglo XIX, y más exactamente en los albores crepusculares del año 1870, la población activa constaba de 1.508.049 habitantes. La gran mayoría de esos trabajadores lo conformaban un proletariado femenino, principalmente en Antioquia y Barranquilla, zonas donde se erguía la industria textil con gran pujanza.
En Antioquia florecía flamante y esplendoroso el fabricato de Bello, que cada día engordaba sus arcas con el sudor de las mujeres laboriosas que entregaban lo mejor de su mano de obra. En Barranquilla sucedía algo parecido en los talleres ingleses de la familia Obregón, pero con un ingrediente más que adornaba como rara flor negra la desesperanza y la ignominia de la clase explotadora de nuestra nación, y era el ramillete de niñas y niños que en una forma salvaje les tocaba vender su sudor por un pírrico sueldo para ayudar a sus madres en su famélica remuneración.
La inconformidad por los malos tratos y el salvajismo patronal había hecho germinar la semilla de la rebeldía y el descontento de las y los trabajadores que se consumían desangrado laboralmente, mientras los patronos en lujosas carrozas paseaban a sus perros amaestrados, esos mismos perros que muerden a los diarios, al igual que los patrones vienen mordiendo al obrero. Esto hizo que Medellín y Barranquilla se convirtieran en campos de sucesivas huelgas, que buscaban reivindicaciones laborales, sin que hubiese oídos receptivos a dichas peticiones. Y es así como el 14 de febrero de 1920 se da la primera huelga en la industria textil de Bello-Antioquia, cuyas
protagonistas principales fueron las obreras de Fabricato. Fue una estampida súbita. Las obreras, con su rebeldía ya florecida, decretaron PARO y se instalaron en las puertas de las fábricas para impedir que sus compañeros de labores entraran a laborar. Ante semejante osadía los hombres se negaron a secundarlas, ellas, mujeres con mejillas de pétalos rosados, crisparon sus rostros embravecidos dejándolos en su libre albedrío para que hicieran lo que quisieran, pero sin antes de vociferarles, atrincheradas desde las puertas, tremendas verdades: “Pónganse ustedes las faldas y dennos a nosotras los pantalones, pollerones pendejos”.
Fue tanta la osadía y la persuasión de aquellas luchadoras mujeres que al final se generalizó la huelga y los obreros terminaron luchando al lado de esas valientes mujeres, porque entendieron que también era la lucha de ellos. La razón y los corazones masculinos habían sucumbido, una vez más, ante aquellas voces que vociferaban y avivaban las llamas de la conciencia, incitando a la huelga. El alma y motor de aquella GRAN HUELGA MEMORABLE, fueron las mujeres, dirigida y lideradas por una gran dirigenta de masa de esos tiempo, BETSABÉ ESPINOSA, quien con su oratoria condujo exitosamente las negociaciones realizadas hasta el pináculo de la conquistas reivindicativas: 40 % de aumento salarial y mejoras en el régimen del trabajo.
De Betsabé Espinosa poco se sabe, porque la historia burguesa de nuestro país la ha relegado al olvido. Pero hoy las luchas obreras siguen siendo iluminadas por su antorcha de legado y en cada mujer se oye su voz que reclama justicia y dignidad bajo un sol pletórico de alegría.